
Lippenstift
Estaba en la puerta esperando a Romina; soñaba con algún día poder tener aquel dinero que peleaba a don Segismundo y ponerle una casa alejada de la ciudad, una buena camioneta para poder llevarla y traerla a la escuela todos los días e inclusive soñaba que le enseñaba a manejar y ella era capaz de irse y venirse por ella misma. Tanto dilucidó en esos momentos que no se dio cuenta que Romina iba hacia él, a paso seguro y con aquella falda corta que días atrás lo había vuelto loco pero que por pudor no se atrevió a decirle lo hermoso que se veían sus piernas.
Romina era una mujer entrados los treinta cuando ya las mujeres no en la locura de quedarse solteronas a los veintes disfrutan las relaciones de amor y además pacientes esperan la petición de compromiso. Ella era una mujer atractiva por sí misma y no necesitaba maquillarse, peinarse, vestirse a la moda y perfumarse para acabar disfrazada, Ramón nunca imaginó como se vería con una sombra en los ojos, unos chapetes rosados, o un maquillaje color carne en la cara; lo único que cargaba Romina era toda clase de pintalabios, gloses, cremas labiales, para endulzar, dar volumen, resaltar sus redondos y acorazonados labios. Por ello, desde un principio, los labios de Romina fueron para Ramón una especie de fetiche. Aquellos labios pintados coronados por un lunar semi-redondo por debajo de la nariz fueron para Ramón una especie de objeto de culto, cuyos poderes eran atraerlo a observar, besar con los labios o sentir con los dedos.
En un principio para Romina fue fenomenal y estimulante tener a un hombre rendido a sus pies por la locura de sus labios; se los pintaba, se los volvía a pintar, les daba cuidados nocturnos: que la vaselina para que se nutrieran, que la miel para que brillaran, que la fruta molida para darles un sabor tropical; luego, el día siguiente cubrirlos con labial tono rojo fuerte, claro, medio, medio claro o toda la gama de color carne, café y tinto. Era toda una odisea pintarse sus labios ya que tardaba más que una mujer cualquiera que en menos de un minuto y viéndose al espejo pasa el labial por los dos pliegues de su boca, en un acto que, después de ver a Romina pintarse los suyos a uno le parecería ver a un Chef calentando una tortilla.
Aquella acción de pintarse los labios tardaba entre 4 a 5 minutos dependiendo del ambiente donde se encontraban según los cálculos exactos de Ramón; 5 a 7 minutos si estaban solos en intimidad, 4 a 5 minutos poco antes del inicio de la película en el cine, 3 a 4 minutos a la vista de algunos en algún parque o plaza perdida de los ajetreos de la ciudad, 2 a 3 minutos a la vista de muchos en una plaza comercial y de 1 a 2 minutos en los jaloneos y afrenones del carro. Aquella forma de pintar los labios era para contemplarse como cualquier hombre ve excitantemente el acto de quitar o ver quitarse la ropa a una mujer, el cual por lo regular dura menos de tres minutos. Para Ramón era una forma de perderse de la realidad y una forma de alejarse del mundo para entrar al acto de ver aquellos labios sin pintura, naturales y no por ello menos sensuales.
Romina tomaba con una mano el labial y casi por intuición y sin ayuda del espejo se pintaba suavemente los labios, primero el superior y luego el inferior con una parsimonia cálida, suave y exuberante, después aplicaba un poco de pomada que hacía brillar y resaltar aquellos labios exquisitos; después con un poco de polvo matizaba la parte inferior del labio inferior y la parte superior del labio superior y con ello lograba dar volumen de sobremanera a sus menudos labios y por último, aplicaba gloss o brillo, una capa mínima que realzaba todo lo anterior; para Ramón era el fin y comienzo de sus delirios, ansioso estaba por besar salvajemente y acabar con ellos, pero una fuerza interior se lo impedía, una especie de consciencia que se conformaba con verlos juntos, pintados, resaltados, moviéndose en el acto de hablar que si no es por exagerar para Ramón todo ello hacía que de los labios exhalara una especie de perfume natural no lo sabía si por la unción de todos los elementos que usó Romina para pintar sus labios o aquellos devaneos típicos de amor.
Ramón se conformaba con besarlos suavemente, estrujarlos contra su boca y morderlos quizá no fuerte pero sentirlos dulces y saborearlos bien. Si Romina tardaba casi siete minutos en pintarse, aquella acción remota y poco estimulada entre parejas que es el besar sabiamente tardaba casi media hora con todas sus circunstancias, olores, caprichos y apretones. Por ello cuando Ramón esperaba ansioso besar a Romina más que llegar al acto sexual, empezó a preocupar ansiosamente a Romina, quien esperaba sin éxito que aquellos besos de media hora llegaran a algo más, pero, si llegaban a algo más pero en un acto monótono después del maravilloso beso ininterrumpido que a Ramón y a Romina gustaba tanto. Por ello el remedio que ideó Romina fue no sólo cuidar exhaustivamente sus labios sino todo su cuerpo, así que lo aplicado a sus labios comenzó a aplicarlo a su cuello, sus brazos, pecho, caderas, piernas, etc… que no sólo aumentó el interés de Ramón sino que ayudó también a incitarlo a explorar otros rincones algo olvidados que Romina ansiosa esperaba a que fueran no idealizados ya, sino tomados en cuenta. Por ello Ramón idealizaba tanto a Romina, por ello era su diosa, mujer, amante, novia, compañera, amiga, cómplice, amor, adoración; por eso también quería llevársela lejos de la ciudad para tenerla sola para él, por eso le peleaba el dinero a Don Segismundo para comprar una casa y maravillarse con esa mujer que lo volvía extremadamente loco, y por eso y por su asiduo trabajo logró ganarle el dinero a Segismundo, compró una casa, camioneta y se la llevó a vivir con él y a disfrutar aquel paraíso secreto e íntimo que es la unión concertada y placentera entre dos personas que se aman.
Romina era una mujer entrados los treinta cuando ya las mujeres no en la locura de quedarse solteronas a los veintes disfrutan las relaciones de amor y además pacientes esperan la petición de compromiso. Ella era una mujer atractiva por sí misma y no necesitaba maquillarse, peinarse, vestirse a la moda y perfumarse para acabar disfrazada, Ramón nunca imaginó como se vería con una sombra en los ojos, unos chapetes rosados, o un maquillaje color carne en la cara; lo único que cargaba Romina era toda clase de pintalabios, gloses, cremas labiales, para endulzar, dar volumen, resaltar sus redondos y acorazonados labios. Por ello, desde un principio, los labios de Romina fueron para Ramón una especie de fetiche. Aquellos labios pintados coronados por un lunar semi-redondo por debajo de la nariz fueron para Ramón una especie de objeto de culto, cuyos poderes eran atraerlo a observar, besar con los labios o sentir con los dedos.
En un principio para Romina fue fenomenal y estimulante tener a un hombre rendido a sus pies por la locura de sus labios; se los pintaba, se los volvía a pintar, les daba cuidados nocturnos: que la vaselina para que se nutrieran, que la miel para que brillaran, que la fruta molida para darles un sabor tropical; luego, el día siguiente cubrirlos con labial tono rojo fuerte, claro, medio, medio claro o toda la gama de color carne, café y tinto. Era toda una odisea pintarse sus labios ya que tardaba más que una mujer cualquiera que en menos de un minuto y viéndose al espejo pasa el labial por los dos pliegues de su boca, en un acto que, después de ver a Romina pintarse los suyos a uno le parecería ver a un Chef calentando una tortilla.
Aquella acción de pintarse los labios tardaba entre 4 a 5 minutos dependiendo del ambiente donde se encontraban según los cálculos exactos de Ramón; 5 a 7 minutos si estaban solos en intimidad, 4 a 5 minutos poco antes del inicio de la película en el cine, 3 a 4 minutos a la vista de algunos en algún parque o plaza perdida de los ajetreos de la ciudad, 2 a 3 minutos a la vista de muchos en una plaza comercial y de 1 a 2 minutos en los jaloneos y afrenones del carro. Aquella forma de pintar los labios era para contemplarse como cualquier hombre ve excitantemente el acto de quitar o ver quitarse la ropa a una mujer, el cual por lo regular dura menos de tres minutos. Para Ramón era una forma de perderse de la realidad y una forma de alejarse del mundo para entrar al acto de ver aquellos labios sin pintura, naturales y no por ello menos sensuales.
Romina tomaba con una mano el labial y casi por intuición y sin ayuda del espejo se pintaba suavemente los labios, primero el superior y luego el inferior con una parsimonia cálida, suave y exuberante, después aplicaba un poco de pomada que hacía brillar y resaltar aquellos labios exquisitos; después con un poco de polvo matizaba la parte inferior del labio inferior y la parte superior del labio superior y con ello lograba dar volumen de sobremanera a sus menudos labios y por último, aplicaba gloss o brillo, una capa mínima que realzaba todo lo anterior; para Ramón era el fin y comienzo de sus delirios, ansioso estaba por besar salvajemente y acabar con ellos, pero una fuerza interior se lo impedía, una especie de consciencia que se conformaba con verlos juntos, pintados, resaltados, moviéndose en el acto de hablar que si no es por exagerar para Ramón todo ello hacía que de los labios exhalara una especie de perfume natural no lo sabía si por la unción de todos los elementos que usó Romina para pintar sus labios o aquellos devaneos típicos de amor.
Ramón se conformaba con besarlos suavemente, estrujarlos contra su boca y morderlos quizá no fuerte pero sentirlos dulces y saborearlos bien. Si Romina tardaba casi siete minutos en pintarse, aquella acción remota y poco estimulada entre parejas que es el besar sabiamente tardaba casi media hora con todas sus circunstancias, olores, caprichos y apretones. Por ello cuando Ramón esperaba ansioso besar a Romina más que llegar al acto sexual, empezó a preocupar ansiosamente a Romina, quien esperaba sin éxito que aquellos besos de media hora llegaran a algo más, pero, si llegaban a algo más pero en un acto monótono después del maravilloso beso ininterrumpido que a Ramón y a Romina gustaba tanto. Por ello el remedio que ideó Romina fue no sólo cuidar exhaustivamente sus labios sino todo su cuerpo, así que lo aplicado a sus labios comenzó a aplicarlo a su cuello, sus brazos, pecho, caderas, piernas, etc… que no sólo aumentó el interés de Ramón sino que ayudó también a incitarlo a explorar otros rincones algo olvidados que Romina ansiosa esperaba a que fueran no idealizados ya, sino tomados en cuenta. Por ello Ramón idealizaba tanto a Romina, por ello era su diosa, mujer, amante, novia, compañera, amiga, cómplice, amor, adoración; por eso también quería llevársela lejos de la ciudad para tenerla sola para él, por eso le peleaba el dinero a Don Segismundo para comprar una casa y maravillarse con esa mujer que lo volvía extremadamente loco, y por eso y por su asiduo trabajo logró ganarle el dinero a Segismundo, compró una casa, camioneta y se la llevó a vivir con él y a disfrutar aquel paraíso secreto e íntimo que es la unión concertada y placentera entre dos personas que se aman.
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